Erase una vez una niña que vivía en un pequeño pueblo de un bello Condado al norte de un lejano País, gobernado por un tirano gordo, bajito y feo, y que tan sólo tenía un testículo, lo que le provocaba, además de un humor de perros, una insoportable voz de pito.
La niña tenía nombre de flor. Sus papás la llamaron Margarita como podían haberla llamado Rosa, y era la menor de tres hermanos. Su infancia no fue fácil, porque un malvado lugarteniente del tirano, de piel cetrina pues se bañaba en aguas radioactivas, encerró a su padre en los calabozos de su castillo por el simple hecho de pensar distinto. Incluso lo condenó a la horca.
Aquel lugarteniente fundaría años después una congregación, en cuyo emblema aparecía una gaviota, con el único objetivo de limitar los derechos y coartar las libertades de los habitantes de aquel lejano País una vez muerto el tirano. Pero esa es otra historia.
Margarita estudió mucho y con tan sólo 21 años consiguió un trabajo como Administrador Civil del Estado. Pocos años después y tras el entierro del tirano en el monte conocido como Valle de la Vergüenza, se inició en la Orden a la que pertenecía su padre, la Orden del Puño y la Rosa, que había estado combatiendo con valor contra el malvado gobernante.
Aquel lejano País se convirtió en un tranquilo Reino y Margarita fue ocupando distintos puestos en la Orden del Puño y la Rosa. Nuestra niña se había convertido en una joven ambiciosa.
La Orden empezó a contar con el apoyo de los habitantes del Reino y Margarita consiguió un puesto como Gobernadora del Condado que la vio crecer. Para ello fue necesaria la alianza con la Orden de los Sabinos, mayoritarios en la comarca.
Cumplía ya los 46 cuando su ambición la llevó a intentar convertirse en la líder local de la Orden del Puño y la Rosa. Para desgracia suya y de su vanidad, sus compañeros le dieron la espalda eligiendo en su lugar al Maese Nicolás.
Nicolás decidió romper el pacto con la Orden de los Sabinos, por estar éstos, a su juicio, confabulados con los radicales habitantes de los bosques conocidos como Arnaldinos. Los Arnaldinos eran unos antipáticos personajes que justificaban las injustificables matanzas de los Orkos que vivían escondidos junto a ellos en los bosques. Estos seres horribles intentaron años después acabar con la vida de nuestra protagonista sin conseguirlo.
Nunca se sabrá si Margarita estaba a favor o en contra de la ruptura de la alianza con los Sabinos, pues no asistió al consejo donde la Orden del Puño y la Rosa aprobó tal circunstancia.
Conviene recordar al lector que por aquel entonces Margarita estaba a favor de que los Orkos repartidos por las mazmorras y calabozos del Reino fueran acercados a las mazmorras y calabozos del Condado.
Sintiéndose desplazada por los partidarios del Maese Nicolás, su afán de protagonismo la llevó a explorar otros territorios y pasó unos años junto a miembros de la Orden de otros países, ganando fama y, por qué no decirlo, una importante cantidad de doblones de oro.
Durante aquellos años de viajes, la Orden del Puño y la Rosa fue perdiendo la simpatía de los habitantes de aquel lejano Reino, por lo que decidieron que era el momento de renovarse y buscar una nueva persona que los liderara. Margarita pensó que su gran momento había llegado, y rauda y veloz se presentó en la capital del Reino para que sus compañeros la escogieran para desempeñar tan alto honor. Tuvo que competir por el puesto con el Maese Tono, el Maese Alfarero y con Doña Matilda. Sin embargo, la fortuna, vestida de democracia, volvió a darle la espalda y fue la que menos apoyos obtuvo.
Volvió a su puesto en el extranjero, pero su actitud era cada vez más crítica con sus compañeros de orden, jugueteando a veces con el lado oscuro y defendiendo posiciones más propias de la Orden de la Gaviota, donde se refugiaban los que años atrás habían condenado a su padre.
A su regreso al Condado, la pobre Margarita era un cúmulo de sensaciones contradictorias; la Orden a la que había pertenecido durante tanto tiempo y a la que había pertenecido también su padre, nunca la aceptaría como líder, algo que su personalidad ambiciosa no podía aceptar; por otro lado, su nueva relación de amistad con la Orden de la Gaviota era contranatura. Además, allí tampoco le dejarían liderar nada, pues se encontraban inmersos en una cruenta batalla interna entre los reaccionarios y los muy reaccionarios.
Era necesario hacer algo, pero ¿qué?. Había dejado de creer en la ideas que siempre había defendido, pero su nueva mentalidad conservadora abochornaría a los suyos. Por otra parte, el odio hacia su Orden se hacía cada vez mayor, viendo como su rival, Maese Alfarero, había conseguido recuperar la confianza de los habitantes de aquel lejano Reino.
Pasaron meses sin que pudiera dar con la solución a su problema. Pero un día, vio la luz mientras disfrutaba de un número de bufones dirigidos por el famoso Boadellini. ¿Cómo podía ser tan sencillo y no haberse dado cuenta hasta ahora? Si lo que realmente ansiaba era ser la líder de una orden, crearía su propia orden. Había abrazado ideas progresistas tiempo atrás y ahora comulgaba con las posiciones más reaccionarias. Que más daban las ideas que tuviera, lo importante era que ella podría dirigirla. Allí donde hubiera habitantes descontentos con la Orden del Puño y la Rosa, ellos serían más progresistas que nadie; y allá donde se pudiera pescar entre los descontentos de las filas de la Orden de la Gaviota, no habría nadie más reaccionario que ellos.
Nació así la Orden Fucsia, en cuyo emblema aparecía un Hytre, animal mitológico, mitad hiena, mitad buitre, bajo el cual se podía leer el lema de la Orden "Como te digo una 'co', te digo la 'o'".
Nuestra Margarita volvió a sonreír. Veía la vida de color de rosa. Hasta encontró su príncipe azul, un apuesto caballero, venido de las tierras del este, llamado Anthony Sang (...) and they all lived happily ever after.
Nació así la Orden Fucsia, en cuyo emblema aparecía un Hytre, animal mitológico, mitad hiena, mitad buitre, bajo el cual se podía leer el lema de la Orden "Como te digo una 'co', te digo la 'o'".
Nuestra Margarita volvió a sonreír. Veía la vida de color de rosa. Hasta encontró su príncipe azul, un apuesto caballero, venido de las tierras del este, llamado Anthony Sang (...) and they all lived happily ever after.
Desde luego que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, en particular la parte de la batalla, esa en la que "la Orden del Puño y la Rosa, que había estado combatiendo con valor contra el malvado gobernante". Si acaso, una vez fenecido de muerte natural el pérfido gobernante semicastrado, libró dicha Orden dicho combate. Ya se sabe que a moro -por lo de la Guardia Mora- muerto, gran lanzada.
ResponderEliminarNo está mal, pero le ha quedado demasiado siniestra la Orden de la Gaviota, covachuela de demócrata cristianos y centristas concéntricos.
Un saludo.
@igrequena