Vaya por delante que Pedro Sánchez no era mi candidato ideal. De hecho, no fue mi elección en las Primarias. También es verdad que pudo hacerlo mejor en campaña. Con un Rajoy desaparecido, mostró cierta bisoñez dejando campo abierto a un profesional de la política como es Pablo Iglesias. Sin embargo, he de reconocer que desde el 21 de diciembre hasta hoy mi opinión sobre él ha mejorado enormemente.
La desaparición de lo que se ha dado en llamar bipartidismo nos ha hecho pasar por la vergüenza (toda Europa está atenta a lo que aquí ocurra) de ver como el candidato más votado, a la sazón Presidente del Gobierno en funciones, suplicaba al Jefe del estado, entre tics y balbuceos, que no le encomendara formar gobierno ya que no iba a ser capaz de recabar los apoyos de ningún otro diputado que no fuera de su grupo. Diría incluso, que alguno de estos no le votaría si no fuera por la multa impuesta al romper la disciplina de voto.
Toda vez que Felipe VI dejó a un lado al estorbo, comenzaron las largas jornadas de negociación entre todos los partidos que tenían intención de hacerlo, es decir, entre todos los partidos cuya pretensión era formar un gobierno distinto y no la repetición de las elecciones, es decir, entre todos los partidos excepto PP y Podemos. Los primeros porque piensan que una nueva victoria, aunque fuera por la mínima, les exoneraría de todos los escándalos de corrupción que les salpican día si y día también. Y los segundos porque su único objetivo (con sus actos lo demuestran cada día) es que el Partido Socialista desaparezca para ocupar su lugar.
Es obvio que existen grandes diferencias entre las líneas ideológicas y los programas electorales de unos y otros y que la negociación, por tanto, no es fácil. Pero también es cierto que los españoles hemos decidido con nuestro voto una composición así de heterogénea del Parlamento y les vamos a pedir responsabilidad. Les vamos a exigir que pongan en común los aspectos en los que no se distancian tanto, que los hay y lleguen a acuerdos. Las urnas han dicho que una mayoría aplastante de electores no quiere otros cuatro años de Mariano Rajoy, por mucho sentimiento que sea y muchos seres humanos que tenga.
El PSOE fue capaz de cerrar un acuerdo con Coalición Canaria y estaba muy cerca de hacerlo con Compromís y con Izquierda Unida. Incluso estos últimos lograron sentar a Pablo y los suyos a la mesa con los demás. Pero cuando Pedro Sánchez y Albert Rivera firmaron, es verdad que con cierta sobreactuación, el acuerdo de la discordia, Iglesias, Errejón y compañía se levantaron de la mesa, apenas 24 horas después de haber llegado, al grito de el Scattergories es mío y me lo llevo. Y como nadie les dijo aquello de aceptamos barco como animal acuático y pulpo como animal de compañía, pues estamos donde estamos. En una primera sesión de investidura con Podemos atacando al PSOE en lugar de a Rajoy por los cuatro años de austericidio y con los diputados del PP aplaudiendo las intervenciones de Pablo Iglesias.
Ni unos ni otros, me refiero a los de esta nueva pinza, han entendido nada. En cualquier curso de negociación, por muy básico que sea, lo primero que se explica es que, o todas las partes sienten que han ganado algo y a la vez perciben que el que tienen sentado enfrente ha cedido en algo, o no hay negociación posible. Lo segundo que se explica en estos cursos de negociación es que hay que acometer primeramente los puntos en los que se está más cerca. Las patadas en la espinilla, los insultos y las líneas rojas son un síntoma inequívoco de la falta de voluntad de diálogo, ya sea por ineptitud o porque lo que se persigue realmente sea otra cosa.
Si los españoles lo han pedido, unos y otros han de tener anchura de miras. Claro que a los socialistas no nos gustan muchos de los planteamientos liberales de Ciudadanos, pero no nos gustan más los planteamientos secesionistas de Esquerra Republicana de Catalunya. Por acción u omisión se necesitan sus votos para el acuerdo de la Izquierda. Por no hablar de que también se necesitaría a Democracia i Llibertad, tan de derechas como el Partido Popular y tan independentistas como Bildu. Hay que ser muy hipócrita para afearte acuerdos con Ciudadanos y exigirte que pactes con los discípulos de Puyol, Mas y compañía. Claro que en este segundo caso viene una Vicepresidencia de regalo.
Parece claro que hasta el viernes el guión está escrito y que nadie va a mover un dedo, pero a partir de ahí, o mucho cambia la cosa, o dentro de dos meses los españoles vamos a ponernos en la piel de Bill Murray en el Día de la marmota. Por favor, dejen sus egos a un lado, olvídense de los personalismos y acuérdense de acordar.
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