Llevamos semanas dándole vueltas a si los papeles de Bárcenas son falsos o no. Semanas en las que periodistas de todo tipo y Paco Marhuenda editorializan sobre si se trataba de la mayor trama de financiación ilegal de un partido político jamás vista o era otra de las maniobras del malvado Rubalcaba. Semanas en las que para cualquier afiliado del Partido Popular era de obligado cumplimiento el intercalar el vocablo transparencia cada seis palabras. Semanas en las que hemos podido ver a Rosa Díez y a Toni Cantó inquietos de un lado para otro, como Chiquito de la Calzada en el escenario, susurrando para sí: De ésta pillo Ministerio, de ésta pillo Ministerio...Semanas en las que la indignación ciudadana crecía exponencialmente. Semanas en las que incluso los feligreses del partido conservador empezaban a dudar y podía vérseles rezar: Virgencita, Virgencita, que no sea verdad.
Sin embargo, todo el trabajo de investigación hecho por El País y El Mundo, no es capaz de ilustrar el caso como lo hace este breve cuento escrito hace algún tiempo por Pedro Pablo Sacristán y que a continuación transcribo:
Los duendes se dedicaban a construir dos palacios, el de la
verdad y el de la mentira. Los ladrillos del palacio de la verdad se creaban
cada vez que un niño decía una verdad, y los duendes de la verdad los
utilizaban para hacer su castillo. Lo mismo ocurría en el otro palacio, donde
los duendes de la mentira construían un palacio con los ladrillos que se
creaban con cada nueva mentira. Ambos palacios eran impresionantes, los mejores
del mundo, y los duendes competían duramente porque el suyo fuera el mejor.
Tanto, que los duendes de la mentira, mucho más tramposos y
marrulleros, enviaron un grupo de duendes al mundo para conseguir que los niños
dijeran más y más mentiras. Y como lo fueron consiguiendo, empezaron a tener
muchos más ladrillos, y su palacio se fue haciendo más grande y espectacular.
Pero un día, algo raro ocurrió en el palacio de la mentira: uno de los
ladrillos se convirtió en una caja de papel. Poco después, otro ladrillo se
convirtió en arena, y al rato otro más se hizo de cristal y se rompió. Y así,
poco a poco, cada vez que se iban descubriendo las mentiras que habían creado
aquellos ladrillos, éstos se transformaban y desaparecían, de modo que el
palacio de la mentira se fue haciendo más y más débil, perdiendo más y más
ladrillos, hasta que finalmente se desmoronó.
Y todos, incluidos los duendes mentirosos, comprendieron que no se
pueden utilizar las mentiras para nada, porque nunca son lo que parecen y no se
sabe en qué se convertirán.
Todo es falso, salvo algunas cosas. Por primera vez y, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con el Presidente. Se destapa el caso Gürtel y Bárcenas es inocente. Continúa la investigación y se empiezan a resquebrajar los primeros ladrillos. Bárcenas es culpable pero nada tiene ya que ver con el Partido Popular. Y se descubre que le han estado pagando el abogado. Más ladrillos rotos. Y se descubre que le pagan la secretaria. Siguen cayendo ladrillos. Y se descubre que tiene coche pagado por Génova y un despacho en la cuarta planta del número 13 al que acude con frecuencia.
Cada descubrimiento, cada tabique de ladrillos de mentiras que caía, era reemplazado rápidamente por otro más grueso que necesitaba de una cantidad mayor de mentiras para ganar consistencia. Hoy hemos sabido que hasta diciembre de 2012, hasta apenas quince días antes de que se destapara la famosa cuenta suiza, se le estuvo pagando la indemnización por despido y, lo que es más sorprendente, se estuvo cotizando por él a la Seguridad Social. Del palacio no quedan ya ni los cimientos.
Lo grave es que los duendes liberales de la mentira no han hecho sólo un palacio, han aprovechado la burbuja inmobiliaria para urbanizar España con castillos de esta índole a costa de los españoles, que estamos pagando a base de recortes la recogida de los escombros.
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