Ojos que no ven, corazón que no siente. Eso es lo que deben de pensar los estrategas del Partido popular en materia de sanidad. Si no, no se entiende que hace dos semanas nos echaran de la puerta del hospital de Arganda mientras recogíamos firmas en contra del medicamentazo y que la semana pasada, una vez conocida la intención del Heredero de vender o privatizar el Hospital del Sureste, un vigilante de seguridad me hiciera borrar del teléfono la foto de una pancarta mientras esperaba en la sala de espera de urgencias.
La Comunidad de Madrid ha decidido privatizar media docena de hospitales y convertir en geriátricos otro par de ellos y todavía esperan que la gente no se de cuenta, o por lo menos que no sea consciente de las consecuencias que ello va a tener.
Piensan que todo el mundo lee La Gaceta o ve TeleMadrid (por suerte no y por eso ambos están al borde de la quiebra) y que va a calar el mensaje de que empresas privadas van a gestionar mejor la sanidad pública que la propia Administración. Y además nos va a salir más barato.
Ésto es mentira, ya que el sistema de pagar a una empresa una cantidad fija por número de habitantes asignados sale, en muchos casos, más caro que la asignación que se hace en el presupuesto de la Comunidad. Pero es que además es tremendamente peligroso, pues es poner nuestra salud en manos de criterios mercantiles.
Sirva de ejemplo para explicar este riesgo el caso que nos contaba la semana pasada un compañero. Hace unos meses acudió a las urgencias de la Fundación Jiménez Díaz con un fuerte dolor en el abdomen. Para el que no sea de Madrid aclararé que la Fundación Jiménez Díaz es un hospital privado que da cobertura a la sanidad publica y que saltó tristemente a la fama por el triple homicidio de la Dra. Mingo en 2003. Lo que quizá es menos sabido es que el hospital es propiedad de Capio Sanidad, cuyo Consejero Delegado es Ignacio López del Hierro, a la sazón, marido de la Secretaria General del Partido Popular y Presidenta de Castilla la Mancha, María Dolores de Cospedal. Capio Sanidad tiene además todas las papeletas para adjudicarse la gestión de los seis hospitales que ha puesto en venta Ignacio González.
A los efectos de esta historia, la Fundación Jiménez Díaz era el hospital público de referencia, de gestión privada, al que debía acudir el compañero en caso de urgencia. Nada más entrar por la puerta pudo disfrutar de las ventajas de la eficiente gestión privada de la sanidad; fue atendido en dos minutos. Tras la exploración y el resultado de una analítica como pruebas diagnósticas, le enviaron a casa a pasar el fin de semana sin concretarle el origen de su dolencia, diciéndole que si el dolor persistía volviera el lunes y entonces, quizá, le hicieran una ecografía. Obviamente, los dolores persistieron durante el fin de semana y además apareció la angustia de no saber lo que le ocurría.
El lunes acude a su médico de cabecera el cual se asusta al ver la analítica y le envía a las urgencias del 12 de Octubre, uno de esos grandes hospitales públicos que tanto repelús le dan al PP. Como en todo hospital público mal gestionado que se precie, nuestro protagonista tiene que esperar la friolera de treinta minutos en una abarrotada sala de espera.
Sin tener en cuenta las mermadas arcas de nuestra Comunidad, los derrochadores doctores pasan su abdomen por los rayos X. Como el gasto no les parecía suficiente y con la excusa de que no habían dado con el origen del dolor, le hacen una ecografía que tampoco da con la causa de su mal. En un alarde de irresponsabilidad presupuestaria, continúan haciendo carísimas pruebas hasta que, tras un TAC, descubren que por algún motivo su riñón izquierdo había dejado de funcionar. Una insignificancia para tanto gasto.
He tenido que echar mano de la ironía para poder contar ésto sin que de mi teclado salieran palabras malsonantes. Este es el futuro al que nos enfrentamos si no reaccionamos y paramos este despropósito a tiempo permitiendo que el coste de una prueba diagnóstica y no la necesidad de utilizarla sea lo que determine nuestra buena o mala salud. No permitamos que nos apliquen criterios económicos en lugar de médicos cuando enfermamos.
Quieren hacernos creer que con la privatización de los hospitales sanearemos nuestras cuentas sin menoscabar nuestra salud, que tan sólo se trata de un cambio de modelo de gestión y a lo mejor de nombre como las paradas de Metro. No me extrañaría nada que el Hospital del Sureste pase a llamarse Hospital Hagen-Dazs Arganda. Pero no nos dejemos engañar, nadie da duros a cuatro pesetas. Empezaba tirando de refranero con el ojos que no ven corazón que no siente; no corramos el riesgo de que nos lo cambien por ojos que no ven corazón que no late.
He tenido que echar mano de la ironía para poder contar ésto sin que de mi teclado salieran palabras malsonantes. Este es el futuro al que nos enfrentamos si no reaccionamos y paramos este despropósito a tiempo permitiendo que el coste de una prueba diagnóstica y no la necesidad de utilizarla sea lo que determine nuestra buena o mala salud. No permitamos que nos apliquen criterios económicos en lugar de médicos cuando enfermamos.
Quieren hacernos creer que con la privatización de los hospitales sanearemos nuestras cuentas sin menoscabar nuestra salud, que tan sólo se trata de un cambio de modelo de gestión y a lo mejor de nombre como las paradas de Metro. No me extrañaría nada que el Hospital del Sureste pase a llamarse Hospital Hagen-Dazs Arganda. Pero no nos dejemos engañar, nadie da duros a cuatro pesetas. Empezaba tirando de refranero con el ojos que no ven corazón que no siente; no corramos el riesgo de que nos lo cambien por ojos que no ven corazón que no late.
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