jueves, 7 de junio de 2012

LA ESPERANZA ES LA ÚLTIMA QUE PIERDE


La Presidenta de la Comunidad de Madrid y su muñeco de trapo para asuntos económicos, Percival Manglano, han presentado los Presupuestos Generales para 2012. Podría deciros que estaba ansioso por conocer cómo íbamos a pagar los madrileños los 2.000 millones de euros en facturas que Dña. Esperanza Fuencisla Aguirre Gil de Biedma, Condesa de Murillo y Grande España, escondió en los cajones de su despacho donde otrora guardara sus cajas de puros, pero no, no lo estaba. Y digo que no estaba ansioso porque con este Gobierno ya no caben sorpresas posibles sobre quién paga los platos rotos, y lo único novedoso son las medidas colaterales, que luego no terminan de llevarse a cabo y que muy hábilmente utilizan para desviar la atención. ¡Mira lo que tengo aquí! y zas, la enfermera te clava la vacuna. En este caso, el señuelo para que se entretengan los medios de comunicación es la reducción a la mitad del número de Diputados autonómicos. No reducción de cargos de confianza ni de asesores elegidos a dedo, de esos no, de los otros, de los que elegimos democráticamente entre todos para que nos representen.

Si no fuera porque están en Parlamentos diferentes, a veces no distinguiría si estas propuestas las hace Esperanza Aguirre o Rosa Díez. Si bien es verdad que la primera suelta este tipo de ideas peregrinas para despistar, y la Sra. Díez y su partido las tienen como ideario político. Pero ya se sabe que de donde no hay, no se puede sacar (...).

Si van a castigarse leyendo los presupuestos, o al menos los artículos de prensa que desgranan su contenido, no les destripo el final. Ahora bien, no esperen encontrar la eliminación de las desgravaciones fiscales a los padres que llevan a sus hijos a colegios privados, es más de lo de siempre: nuevas tasas o subidas de las ya existentes, más peajes, (...) y por supuesto otra vuelta de tuerca más a los trabajadores públicos. Qué enfermedad tan rara la de estos liberales que tan sólo con acercarse a algo que huela a público les sale un sarpullido y tienen la necesidad de extirparlo; lo público, no el sarpullido.

Sin embargo, no se por qué, por lo menos en Madrid, el mensaje de que los funcionarios son una peste y un gasto inútil, y no son lo peor del mundo porque existen los sindicalistas, ha calado. Ha calado el mensaje de que los funcionarios son unos gandules que nos hacen la vida más difícil y por lo tanto, si les despiden o les bajan el sueldo, que se jodan.

Yo debo ser un espécimen raro porque cuando yo pienso en un trabajador público me acuerdo del cirujano que a las tres de la madrugada de un sábado salva la vida de un chico de diecisiete años que ha sido atropellado por un conductor borracho; pienso en los profesores y maestros con los que mis hijos pasan el 30% de su tiempo y cuya educación ponemos en sus manos; pienso en los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado en los que depositamos nuestra confianza para vivir más seguros y tranquilos; pienso en los bomberos que a diario se juegan la vida por salvar la de los demás; pienso en los jueces y fiscales, en los inspectores de trabajo, en los agentes forestales, en los celadores, en los funcionarios de prisiones, en los trabajadores sociales, en los bibliotecarios, en los jardineros, albañiles y electricistas que acondicionan nuestros pueblos y ciudades, y hasta pienso en los políticos, que con todos sus defectos, nos representan porque así lo hemos decidido entre todos, y conviene recordar que no siempre fue así.

Y por supuesto que también pienso en ese auxiliar administrativo que en algún momento me ha tenido media hora esperando porque estaba tomando un café o fumándose un cigarro, pero como son cosas que yo también he hecho alguna vez, no les deseo ningún mal.

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