Sierra norte de Guadalajara. Arquitectura negra. Majaelrayo, Campillo de Ranas, Roblecasa, Matallana (...) Pueblos despoblados en los setenta tras la construcción del embalse de El Vado y repoblados años después por hippies, ahora denominados perroflautas por la educada gente de extremocentro, y que han convertido esta bella zona en un atractivo destino turístico.
No vayan a pensar que les voy a aburrir con la historia de mi fin de semana cual aburre un 'cuñao' después de un viaje a Egipto. Si me permito relatar parte de mis andanzas es para que tomen buena nota de una serie de cosas, a priori evidentes, pero que alguien habituado a Madrid no cae en ellas hasta que es demasiado tarde.
Lo primero que sorprende es que nuestro smart phone, otrora teléfono móvil, queda inutilizado. Y no porque no tenga batería, para eso si estamos preparados, sino porque aunque parezca mentira, existen sitios en el mundo donde no hay cobertura. ¿De qué sirve visitar un lugar si no puedes contárselo a tus amigos por WhatsApp, tuitearlo o subir al instante las fotos a Facebook?.
Después de probar la gastronomía autóctona, y en vista que no se podía tuitear, ni ver la tele (que las casas rurales son muy monas pero no tienen antena) decidimos recorrer una de las múltiples sendas creadas y 'marcadas' para el deleite de los amantes de la naturaleza. Elegimos visitar las Pozas del Aljibe, unas bonitas cascadas a casi cinco kilómetros de nuestro punto de partida.
Una hora y cincuenta minutos después de haber partido conseguimos divisar nuestro objetivo, unas preciosas cascadas a las que hicimos una rápida foto para emprender de inmediato el camino de regreso. Ni descansar pudimos al comprobar que las advertencias de fuertes tormentas en la zona que habíamos recibido por la mañana eran fundadas. Hicimos el recorrido inverso en la mitad de tiempo. No por la experiencia adquirida, sino porque la 'tormenta perfecta' hace que los pies aligeren una barbaridad. Y nosotros preocupados porque no habíamos cogido agua; llenamos tres garrafas escurriendo la ropa una vez en la casa. No pregunten si llevábamos calzado de repuesto; saben la respuesta perfectamente.
Otra de las cosas distintas, muy distintas, entre el campo y la ciudad es la proporción entre vacas y gasolineras. En Madrid puedes recorrer quince kilómetros sin ver una vaca, pero has pasado por hasta doce gasolineras. En el campo es justo al contrario, en cincuenta kilómetros te cruzas con una docena de rebaños de vacas, pero no ves ni una sola gasolinera. El dato en sí no es preocupante hasta que te despides de la dueña de la casa, la cual te dice que la gasolinera más próxima está en Riaza, a cuarenta y seis kilómetros de allí. Guardas la bolsa en el maletero, enciendes el contacto y compruebas con estupor que la luz de la reserva brilla alegremente.
La aventura es la aventura, por lo que sin encomendarnos a ningún santo, iniciamos nuestro regreso a Madrid, con el calzado aún húmedo y con menos gasolina en el depósito que buenas ideas hay en la cabeza de Mariano Rajoy. No te preocupes -le dije a Irene intentando no parecer preocupado. La reserva del Mondeo es grande e iré con marchas largas. Además, mientras tengas cobertura, siempre podremos ser rescatados. A los diez minutos comprobamos que no teníamos cobertura, que es imposible conducir con marchas largas cuando la pendiente es del 25% y que habíamos vuelto a olvidar coger una botella de agua.
En fin, no les aburro más y no crean que he tratado de disuadirles del disfrute del turismo rural. Sólo decirles que tras abusar del punto muerto y de los frenos como nunca antes había hecho, conseguimos llegar a Riaza sanos y secos prometiéndonos que en nuestra próxima excursión iríamos pertrechados de tal modo que nos confundirían con un anuncio de Decathlon.
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