Decía una canción de Siniestro Total que el día después es el día siguiente. Vienen al pelo a este 2 de octubre, tanto la frase, como el nombre del grupo.
Ya hemos hecho el mayor de los ridículos ante la atenta mirada del resto del mundo ¿Y para qué? ¿Hay algo más claro hoy que ayer? Desgraciadamente, solo que una solución negociada está, si cabe, aun más lejos.
¿Cómo les explico yo a mis hijos lo que está pasando? ¿Cuándo se nos ha ido esto de las manos? Para alguien al que las banderas le parecen trapos de colores, combinados con más o menos gusto en según que casos, es difícil entender esta exacerbación nacionalista. Por ambos lados. Sin embargo, igual que me pasa con las religiones, sin tener ningún sentimiento al respecto, sin entenderlas, las respeto. Quien más y quien menos tenemos singularidades que nos gustaría que otros considerasen.
Que los sentimientos independentistas existen lo sé muy bien, no en vano, viví en Euskadi entre 1975 y 1995. Pero a mí me parecía que las demandas catalanas habían sido mayoritariamente dinerarias. El PDeCAT, la antigua Convergencia Democrática de Catalunya, no fue independentista hasta que sus dirigentes se vieron acorralados los por casos de corrupción. Por casualidades de la vida, el otro gran partido nacionalista se encontraba en la misma situación, y le venía pintiparada una confrontación a pecho descubierto. El ataque al orgullo patrio haría que los dóciles ciudadanos nos olvidásemos de Gürteles, Púnicas, Lezos, Brugales, Bankias, etcétera, etcétera, etcétera.
Que los separatistas catalanes se han liado la manta a la cabeza y han tirado para delante, caiga quien caiga, como si no existiese la mitad de la población de Catalunya, es innegable. Pero lo que tampoco se puede negar es que tienen mucho más claro que el Gobierno Central el objetivo y los medios a utilizar.
Mariano Rajoy no es un estratega ni un visionario. Tampoco es de los que se rodea de un equipo solvente que disimule sus carencias. Pero tampoco había que ser un lumbreras para anticipar lo que ocurrió el domingo. Puigdemont necesitaba fotos y vídeos bochornosos para recabar apoyos internacionales y la cabezonería de Don Brey y los suyos se los brindaron en bandeja. Hoy hasta la ONU se ha pronunciado al respecto pidiendo diálogo.
Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero si encima ese hombre es español, la piedra puede cruzársele en el camino, si me permiten la referencia bíblica, hasta siete veces siete.
El lema de una, grande y libre, está tan arraigado entre nuestros actuales gobernantes, que son incapaces de sondear vías alternativas como la Ley de Claridad canadiense, por ejemplo, mucho más inteligente y efectiva que el parapeto de la legalidad establecida.
Todos los ciudadanos tenemos que cumplir con las leyes, faltaría más. Pero éstas pueden ser actualizadas, según el momento, para que una mayoría mayor, válgame la redundancia, de los habitantes del estado español, a lo largo de toda su geografía, nos sientiésemos más cómodos.
Modificar la Constitución no es pecado y los referéndums no son obra de Satán ¿Por qué no pactar uno que sea realmente representativo? La Ley de Claridad canadiense establece precisamente esto, la forma en la que un territorio puede dejar de pertenecer al estado mediante una consulta a sus ciudadanos. La Ley prevé mayorías cualificadas con respecto al censo y no a los votantes en un momento determinado. Establece que estas mayorías tienen que darse en todo el territorio a secesionar y no solo en algunas partes. Además asegura que la pregunta del hipotético referéndum sea clara y consensuada, eliminando ambigüedades tramposas.
El Gobierno canadiense detuvo la posible secesión de una parte del país aprobando una ley que amparaba esa separación siempre y cuando concurriesen unas condiciones determinadas. Igualito que aquí. Los medios de comunicación han dado en llamar a proceso separatista de Catalunya el desafío catalán, y Rajoy y sus secuaces por un lado, y Puigdemont y sus adeptos por otro se han enzarzado en una pelea por ver quien lo gana. ¡Señores! el desafío ni se gana ni se pierde. El reto es saberlo gestionar sin vencedores ni vencidos.
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